«VIAJES URBANOS». 2ª entrega de la serie “Historias de ¡OH! (un hombre normal,2)” (89)

Buenos días. Mi nombre es ¡OH!

No pregunten, a menos que quieran saber.

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Ayer viajé en metro.

Nos miramos entre el enfado y el cansancio.

Hablo de un día normal en el metro. Y no de a primera hora de la mañana necesariamente.

Nos movemos con pesadez y nos rodeamos de lo que parecen pescados mojados. Los tenemos que rozar por obligación, pero resbalamos y resbalan, mientras sentimos el olor matinal del que con tanta frecuencia nos lamentamos al recordar nuestra condición humana sin derecho, aún, habrá quien apunte (beat@ él/ella) a chófer y coche oficial, ay, inocencia… estado en el que nos convertimos en individuos sin olor corporal, como bien de todos es sabido.

Esos momentos de cabreo-ensueño, serán lo más cercano que estaremos alguna vez de parecernos a una figura de Rafaello o Boticelli: eternos, bellos, sin olores ni necesidades físicas. Así que, reconozcamos que, igual que nos acortan la vida, por otro lado nos la alargan al soltar vapor de la caldera mental.

Mientras, los inconscientes vuelan dentro de los vagones entre fantasías que, de tanto verse las mismas caras día tras día,  terminan entrecruzándose. Ya no se sabe bien cuál es de quién y si lo que bulle por la cabeza del oficinista de traje azul es lo que comenzó a rumiar la mujer del traje verde botella en Navidad o el de las gafas alto, el que siempre tiene el cuello lleno de caspa, después de las vacaciones de verano.
Tras años coincidiendo en trayectos largos de metro y autobús, habrá parejas que hayan pasado más tiempo juntos que con las oficiales. Si no fuera porque el contexto casi impone una liturgia propia de gestos y caretas de museo de cera, ya se habrían dirigido la palabra hace mucho. Y quién dice que no se atrevan mañana, se preguntan un día más.

Y entre disimulos, miradas, suspiros, narices ya atrofiadas o adaptadas, según la teoría imperante en ese momento (de lo que se informarán en el periódico gratuito que ha tirado  a la papelera alguno antes que él) a los olores, frustraciones diarias por no haber sido lo suficientemente rápido para atacar ese asiento vacío y caídas de párpados que se convierten en estados cercanos a la catalepsia y de los que milagrosamente nos saca una voz que dice «próxima estación… LA NUESTRA!!!»… se pasa una parte de nuestra vida, mayor de lo que imaginamos y menos rica de lo que podría ser si, en vez de subirnos «en tránsito» lo hiciéramos «en estado de sigo vivo», por ejemplo.

Y llega nuestra estación.

Lo olvido todo hasta la próxima ocasión.

Un abrazo desde la esencia